domingo, 23 de noviembre de 2014


"La disciplina de la imaginacion"

La disciplina de la imaginación.



Para alcanzar la categoría de lo culto no es necesario saber, sino estar al día.
Un libro no es un catálogo molesto y aburrido de fechas y nombres, sino que un libro es un tesoro infinito de sensaciones, de experiencias y de vidas que están a nuestra disposición al igual que lo estaban a la de Adán y Eva las frutas en el paraíso. La literatura es una ventana y también un espejo.
Gracias a los libros, nuestro espíritu puede romper los límites del tiempo y del espacio, de manera que, sin salir de nuestra habitación, podemos estar al mismo tiempo en alguna playa, en alguna calle de alguna ciudad o hasta en el mismísimo Polo Norte, inclusive podemos conocer amigos tan fieles y tan íntimos como los que no siempre tenemos a nuestro lado, pero que vivieron hace cincuenta años o quizá hace cinco siglos.
La literatura nos enseña a mirar dentro de nosotros y mucho más lejos del alcance de nuestra mirada. Algunos puritanos la consideran un lujo, y es cierto, es un lujo de primera necesidad. La literatura importante es como el agua y el pan, ya que su lectura nos contagia el vigor de la lucidez. Aprender a leer un libro y gozarlos es una tarea de la cual se requiere un esfuerzo largo y gradual.
Si la literatura, como tiende ahora a creerse, es un adorno, un fetiche de prestigio, para pavonearse ante los ojos embobados de la tribu, si es una materia fósil y apartada de la vida que sólo puede interesar a los eruditos, entonces tienen razón quienes la menosprecian y quienes poco a poco la eliminan de los planes de estudio, y también tiene razón esa agobiante mayoría del público que jamás se interesa ni se interesará en ella.
Los mayores logros del arte, de la música, de la literatura, del deporte, tienen en común una apariencia singular de facilidad. Por ejemplo, un atleta que en menos de diez segundos corre cien metros, ese instante le ha costado varios años de entrenamiento, y que tal un músico que toca su instrumento frente a su público sin leer la partitura, le ha costado horas innumerables consagradas al estudio de aquello que le apasiona, negándose al desaliento y a la facilidad.
Desde siempre se nos ha educado para disciplinarnos en hace y cumplir con nuestros deberes, pero no se nos educa en nuestros placeres y en nuestras mejores aptitudes, por eso nos cuesta tanto trabajo ser felices. Hay quien dice que la literatura no es cultura, sino algo mucho más serio y más elemental. La literatura, su médula, es una consecuencia del instinto de la imaginación, que opera con plenitud en la infancia y que poco a poco suele ir atrofiándose como todo órgano que se deja de usar. Pero parece imposible que la gente se olvide un poco de la televisión para consagrarse a la literatura, y que en las escuelas exista de verdad la posibilidad de que profesores y alumnos compartan la experiencia del aprendizaje de la imaginación y de la racionalidad, que son también virtudes cívicas, pero vale la pena intentarlo. Porque la literatura no está sólo en los libros, y menos aún en los altisonantes actos culturales, en las conversaciones chismosas de los literatos o en los suplementos literarios de los periódicos.
Donde está y donde importa la literatura es en esa habitación cerrada donde alguien escribe a solas, a altas horas de la noche, o en el dormitorio donde un padre le cuenta un cuento a su hijo, que tal vez dentro de unos años se desvelara leyendo una historieta y luego una novela. Uno de los lugres donde más se intensifica la literatura es en un aula, donde el profesor sin más ayuda que su entusiasmo y coraje le transmite a uno de sus alumnos el amor por los libros y la conciencia de que el mundo es más grande y más valioso de todo lo que le sugiere la imaginación.

Entre más leas más aprendes y el que sabe más vale más…….

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